Todos, con la necesidad de contarnos y contar.
Hace unos pocos años atrás empecé a leer El Decamerón, de Boccaccio, esos relatos que dicen fueron escritos durante la Peste Negra en Florencia, Italia, Aunque para ser menos románticos es necesario decir que esa peste fue la inspiración para los relatos, publicados años después de esa pandemia del pasado. Leí las primeras páginas y me detuve. Guarde el libro y no le he vuelto a hojear.
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Photo by Nathan Dumlao on Unsplash |
Los "dijo", "aclaró", "expuso", "señaló", "indicó"... el declaracionismo que agota y se agota. Las notas de prensa, el apuro del click y la no verificación que inunda y que me llega a trozos, como un rompecabezas que debo armar, y que a veces armo y otras veces simplemente hago que encaje aunque las piezas las deje tan mal cuadradas como me llegaron.
El periodismo como un ombligo.
A veces, de manera luminosa, como pesadilla de la que te despiertas y respiras agitada y aliviada, te llega un texto que te emociona, que se sale del ombligo y camina por los contornos de las caderas, por le monte de Venus, por la entrepierna, por el abdomen, los senos y hasta son capaces de llegar a la boca. ¡Pero que escasos esos textos! ¡Qué periodismo tan aburrido tiene esta pandemia!
Y aquellos que cuentan los días de la cuarentena en las redes no tienen gracia. Hablan de fregados interminables, de hijos adorablemente molestos, de parejas como ornamentos de un decorado, de Tick Tock o transmisiones en vivo. Una bola de sucio que rueda por el piso y se hace cada vez más y más grande... y que termina también metida entre los textos que limo, en las webs noticiosas que leo. El viral como una bola de polvo, pelos y mugre que crece y crece.
Quizás sea momento de buscar El Decamerón en el librero.