miércoles, 25 de febrero de 2009

Mi graduación

Hace tres años, un día como hoy, me gradue de Periodismo. Un día importante por varias razones, sobre todo familiares. La sonrisa y satisfacción de mi madre no tuvo precio. Además de finalizar un camino de formación en una carrera que me apasiona, que me ha regalado grato momentos y también díficiles decepciones.

Esto lo escribí días después del acto de investidura. Hoy pienso en lo que significó y significa. Lo comparto con ustedes.


De todas las palabras que conozco, y que de vez en cuando deambulan por mis silencios, creo que no existe ninguna que pueda describir lo que sentí ese día. Pero a pesar de la ausencia nominal de las emociones que palpitaron en mi interior, si puedo decir, sin temor a equivocarme y aunque parezca trillado, que ese día será uno de esos “días inolvidables”.

Y digo esto no porque, investida con toga y birrete, haya escuchado mi nombre, ni porque me entregaran un diploma que me acredite como licenciada, ni porque jurará, junto a 587 compañeros más, servir al bien de este país, y ni siquiera porque sea hoy egresada de la universidad primada de América.

Este día fue, y es, inolvidable porque al escuchar mi nombre estaba sentada junto a mi madre, porque el diploma que me acredita como licenciada es un espejo donde puedo ver las flores que dejaron mis pasos, porque tengo la oportunidad de hacer hechos las palabras del juramento que pronuncie y porque, más que la primada de América, la UASD me enseñó la importancia de dar lo mejor de mí.

No sé lo que me depara el futuro, pero si sé que este día será, además de inolvidable, el recordatorio de que en mis manos están las herramientas para construirlo.

lunes, 23 de febrero de 2009

Día once. De un robo y burocracias (2)

Viejos males y justificaciones

“Quien sale mejor en la foto es el más sospechoso de los invitados y eso es irremediablemente cotidiano.” Irremediablemente cotidiano, Enrique Bunbury.

Lunes 16 de febrero. A ver que tal me va con la recuperación de mis documentos perdidos en un robo-cartereo, pensé mientras salía de casa. En las manos llevaba unos papeles relativos a mi juramentación como dominicana (fue le pasado 15 de enero, así que tengo doble ciudadanía). Quizás, me dije, el proceso no sea tan largo y pueda tener la cedula dominicana pronto y así no tener que sacar un duplicado de la extranjera, perdida en el robo.

Llego al departamento jurídico de la Junta Central Electoral. Tomó un ticket. El 53. Veo la pantalla. Faltan diez turnos para que me atiendan. Me siento y espero. Sólo dos personas prestan servicios al público que supera la docena, las demás casillas (son cuatro en total) estaban vacías. Para mi sorpresa unos hombres entraban y salían, atendidos con mayor prioridad. No eran abogados, eran “buscones”.

¿Quiénes son los buscones? Desde tiempos burocráticos inmemorables, estos personajes rodean todas las oficinas públicas para “hacerte las diligencias más pronto”. El precio por sus servicios siempre es más alto que el costo del proceso normal, pues el fin es tener ganancias. Dentro de las oficinas tienen sus “enllaves”, los que saltando los procesos establecidos y ganándose su parte con el buscón, realizan los trámites. En el primer gobierno de Leonel Fernández fueron prácticamente eliminados, como cumplimiento a promesas de campaña. Pero el efecto parece que ya se ha diluido.

Luego de acercarme a la ventanilla, ticket en mano y hacerme la media desesperada, una señora me atiende junto a otras personas que llevaban buen rato sentados. Entrego los documentos. La señora me dice que por qué me juramente si ese proceso lo podía hacer directamente en la JCE. Pongo cara de interrogante. Le digo que en Interior y Policía, donde uno lleva a cabo ese proceso no explican eso a los hijos de padres dominicanos. Me pasa un papel con los requisitos. Le digo que ya no vale la pena. Yo sigo preguntándome como dos instituciones del Estado compiten por un mismo proceso.

Voy a caja. Pago 500 pesos. Vuelvo a la ventanilla. Media hora después me atiende un chico. Me pregunta donde quiero que inscriban el acta de nacimiento. Pensaba que eso era algo que ellos decidían. Me dice que puede escoger la que quiera. Elegí la que entiendo es la menos problemática. Me entregan un papelito. Debo pasar el 23 de febrero a buscar el oficio para la inscripción del acta, que luego debo llevar a la oficialia elegida y esperar que ellos inscriban y me entregen una copia del acta, algo que puede tomarse quizás algunas semanas.

¡Anda para la porra! No podré contar con esto para el tema de la cedula, me digo. Decido preguntar para sacar mi duplicado. Mi residencia tiene dos meses vencida. No la renové a tiempo porque estaba en proceso de juramentación. No contaba con el “cartereo”. La residencia permanente se renueva cada dos años.

Justificaciones

Me atiende un señor con carácter afable, al menos eso sentí al principio. Le explicó algunas de mis dudas. Me dice lo que supuse: tenía que renovar mi residencia para sacar el duplicado de mí cedula y el costo por ese duplicado es de 1,200 pesos.

No pude evitar expresar mi queja. Renovar residencia permanente cada dos años y pagar 1,200 pesos por un duplicado. El chico en el escritorio adjunto al del “señor afable” asienta en acuerdo con mi queja. El “señor afable” cambia el rostro y se dispone a darme una lección con toda su verdad en las manos.

-¡Pero usted viene de un país con petróleo. Allá tienen recursos. ¿De donde cree que el gobierno de aquí saca recursos?!

-¿Pero no le parece un poco abusivo renovar una residencia cada dos años, una residencia permanente?

-¡Pues mire que cada país dispone sus cosas como quiere!

Los impuestos por renovar residencia los aumentan cada dos años. Un abogado me comento, días después, que antes era cada cuatro años. Aunque claro que con su respuesta, el señor afable me había aclarado una duda que ahora es una certeza.

Me voy de la JCE. Horas más tarde llamo al *462, un servicio de información gubernamental telefónica. Monto a pagar por la renovación de la residencia: 3 mil 250 pesos. Todos los caminos conducen a Migración.

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P.D. Una de las dos certificaciones que me entregaron en la Policía, y por la que pague 80 pesos, no me sirvio de nada. En las oficinas del seguro médico privado donde estoy inscrita no me pidieron la dichosa notificación para entregarme el carnet. Así que ya saben.

viernes, 13 de febrero de 2009

Día diez. Chávez


Este domingo habrá referendo en Venezuela. Hugo Chávez apuesta por un sí que le permita volver a postularse en las elecciones presidenciales del 2012…y siguientes. No me gustan los mesianismos, no me gustan las posiciones políticas basadas en que “sin mí se hunde este país".

Salí de Venezuela con 10 años de edad, pero consciente de las razones que empujaron a mi familia a irse: una mejor vida. Los gobiernos anteriores a Chávez sumieron a Venezuela en la corrupción que hizo a un grupo muy rico y a otro (el más grande) muy pobre. Crearon y mantuvieron esa horrorosa desigualdad que es madre de todos los males sociales, principalmente de la pobreza. Chávez fue la respuesta de un pueblo cansado que buscaba un cambio.

El gobierno de Chávez, desde 1999, ha llevado a cabo cambios. Los positivos están, los negativos también. Con todo el poder en sus manos, Chávez se presenta como la única posibilidad viable de Venezuela. ¿Chávez no cree en las posibilidades de cambio que propició en una época? ¿Apuesta a la relativa perpetuidad política que, y la historia está para demostrarlo, desgasta todos los sistemas y propuestas? ¿Propiciará Chávez la muerte de su propia revolución?

P.D. Por cierto, me toca votar el domingo en la Embajada de Venezuela en República Dominicana.

miércoles, 11 de febrero de 2009

Día nueve. De un robo y burocracias (1)

Las cotidianas novedades de la impotencia

“Aquí no se respeta de la selva ni la ley”. Irremediablemente cotidiano, Enrique Bunbury

El viernes pasado fui “cartereada” en un vehículo de transporte. Acababa de salir del dentista. Mi error: tomar el carro sin fijarme mucho. El señor a mi lado empieza a moverse instantes después de subirme. El chofer lo secunda y pide que me acomode. Tarde descubrí en la trampa en que estaba metida.

El chofer me dice que alce el brazo y lo pase por detrás del pasajero que va a mi lado (pensé: este hombre me va atajar el brazo para no dejarme salir). Aprovechando que había reducido la velocidad con la excusa que no podía pasar los cambios por mi supuesta “mala posición en el asiento”, le grite que me dejará. Abrí la puerta y salí disparada. La cartera estaba abierta. Ya mi monedero no estaba. Mil quinientos pesos menos y sin documentos. La impotencia era más dolorosa.

Me pase el día cancelando tarjetas, tomando calmantes para el dolor de cabeza, traspasando dinero a una cuenta de un amigo (gracias Wilson Rosado), para que me hiciera el favor de retirarme el dinero (me quede sin un quinto). Un día difícil.

Sin embargo, las mayores dificultades la empecé a afrontar al día siguiente.

La denuncia no es gratis

Al día siguiente, sábado, me dirijo al Palacio de la Policía. Hace casi tres años fui victima de un robo a mano armada, camino a mi trabajo. Así que la experiencia de hacer una denuncia por robo no era una novedad para mí. Claro, no contaba con la astucia poco halagüeña de nuestra cotidianidad.

En la pequeña habitación un joven procesa las denuncias. “Dime, linda”. Creo que demasiado simpático para mí gusto. Le doy los detalles del robo. En ese momento llega otro señor. Había sido víctima de un atraco con armas de por medio. Era su primera experiencia.

Entre conversaciones, el joven me entrega tres papeles. La denuncia en general y dos a los que llama certificaciones. ¿Certificaciones? Eso es novedad. Me dice que son necesarias. Una para obtener el duplicado de mi cedula y otra para el carnet del seguro.

Dudo sobre la necesidad de estas certificaciones, pero estoy acostumbrada a los cambios constantes de procesos burocráticos. Le devuelvo los documentos en dos ocasiones. La primera por errores en mi nombre, y la segunda porque además de los errores anteriores había agregado otros a mis apellidos.

Al fin listos. “Son ochenta pesos por cada certificación”, me dice mientras pega de los documentos un timbre. No salgo de mi asombro. Le preguntó el por qué y me dice que ahora es así y que si no llevo esa certificación no podré retirar el duplicado de mi cédula ni del carnet de seguro.

Vuelvo a dudar. Pero, pienso, si no los llevo y me lo exigen tendré que nuevamente volver. Eso significaba otra mañana del Palacio de la Policía, lugar poco grato para mí, sin contar en que de seguro tendría que corregir faltas ortográficas en mi nombre por tercera o cuarta vez.

Le pago y me marcho. Es casi mediodía. Voy de viaje al interior, a Santiago (momentos buenos a pesar de las lluvias). Decido, por lo tanto, dejar el resto de las diligencias para el lunes.

Camino a la estación del autobuses pienso en algunas cosas. Soy extranjera (venezolana de nacimiento, de madre dominicana y padre colombiano) y sé –por experiencia vivida- que para los no nacidos en esta tierra “en el mismo trayecto del sol” los procesos burocráticos son doblemente engorrosos.

Pero decido ponerme positiva y pensar que la recuperación de mis documentos, aunque con las mismas dificultades de siempre, no serán nada de otro mundo. Claro, seguía sin contar en la capacidad de la astucia poco halagüeña de la cotidianeidad.

Continuará…


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Primera imagén tomada de Derecho en la Guía 2000 http://derecho.laguia2000.com/derecho-penal/delito-de-hurto