domingo, 14 de julio de 2013

Sobrevivir a las cicatrices

Las historias están en todos lados. A veces solo falta observar. Pero pasa que una historia puede estar guardada frente a tus ojos por muchos años y solo puedas observarla por una situación fortuita.

Eso me pasó con Lily.

Sigo su blog, de maquillaje, desde hace unos años. No suelo maquillarme, pero con ella aprendí a hacerlo de la mejor manera las pocas veces que me maquillo. Por eso, cuando abrí una cuenta en Facebook decidí seguirla.

Un día vi una actualización en su muro de Facebook. Una entrevista. Pensé que se trataba sobre su carrera como maquillista, pero el título del vídeo no tenía nada que ver con eso. Cuando presioné el play descubrí una historia que escribí para el periódico donde laboro y que fue publicada en su edición digital. Pueden leer la historia completa aquí.

Sobrevivir a las cicatrices

SANTO DOMINGO. La foto muestra el lado izquierdo de su rostro, sus ojos café almendrados. Los colores sobre sus párpados destacan un brillo que podríamos definir como alegría, seguridad o plenitud. Pero ninguna de las mil palabras que podamos evocar con esta imagen podría hacernos descubrir la historia de coraje que vivió Ilianexy Morales. La historia de sus cicatrices.


miércoles, 10 de julio de 2013

Inspiración para ser periodista

Los desencantos de esta carrera (¿oficio?) van y vienen. Días en que pienso que debí estudiar la contabilidad que todos me aconsejaron. Días en que miras los medios y encuentras esa clase de periodismo que no es periodismo...pero que es periodismo. 

Sin embargo, otro días le encuentro ton y son. Cuando esos resquicios de pulso que a veces se sienten, soy feliz. Cuando se pueden compartir historias, cuando recuerdo la certeza de que los medios tradicionales no son la única vía...y cuando leo textos como este, de Leila Guerriero. Un texto mil veces leído y que siempre vuelve. Esta vez lo recordé después de leer algo de Guerriero en la revista Orsai.

Se los comparto (fue publicado en la revista El Malpensante).

Arbitraria 

Leila Guerriero

No tienen por qué saberlo: soy periodista y, a veces, otros periodistas me llaman para conversar. Y, a veces, me preguntan si podría dar algún consejo para colegas que recién empiezan. Y yo, cada vez, me siento tentada de citar la primera frase de un relato de la escritora estadounidense Lorrie Moore, llamado “Cómo convertirse en escritora”, incluido en su libro Autoayuda: “Primero, trata de ser algo, cualquier cosa pero otra cosa. Estrella de cine/astronauta. Estrella de cine/misionera. Estrella de cine/maestra jardinera. Presidente del mundo. Es mejor si fracasas cuando eres joven –digamos, a los catorce–”. Pero no lo hago porque no es eso lo que verdaderamente pienso y porque, en el fondo, dar consejos es oficio de soberbios. Entonces, cuando me preguntan, digo no, ninguno, nada.
Pero hoy es abril y ha sido un buen día. Hice una entrevista con una mujer a quien voy a volver a ver en dos semanas y varios llamados telefónicos que dieron buenos resultados. Compré frutas, conseguí un estupendo curry en polvo. Hay nardos en los floreros de la cocina. Corrí al atardecer. Me siento leve, un poco feroz, arbitraria. De modo que si hoy me preguntaran, les diría: corran. Les diría: sientan los huesos mientras corren como sentirán después las catástrofes ajenas: sin acusar el golpe. Aguanten, les diría. Pasen por las historias sin hacerles daño (sin hacerse daño). Sean suaves como un ala, igual de peligrosos. Y respeten: recuerden que trabajan con vidas humanas. Respeten.
Escuchen a Pearl Jam, a Bach, a Calexico. Canten a gritos canciones que no cantarían en público: Shakira, Julieta Venegas, Raphael. Vayan a las iglesias en las que se casan otros, sumérjanse en avemarías que no les interesan: expóngase a chorros de emoción ajena.
Sean invisibles: escuchen lo que la gente tiene para decir. Y no interrumpan. Frente a una taza de té o un vaso de agua, sientan la incomodidad atragantada del silencio. Y respeten.
Sean curiosos: miren donde nadie mira, hurguen donde nadie ve. No permitan que la miseria del mundo les llene el corazón de ñoñería y de piedad.
Sepan cómo limpiar su propia mugre, hacer un hoyo en la tierra, trabajar con las manos, construir alguna cosa. Sean simples pero no se pretendan inocentes. Conserven un lugar al que puedan llamar “casa”.
Tengan paciencia porque todo está ahí: solo necesitan la complicidad del tiempo. Aprendan a no estar cansados, a no perder la fe, a soportar el agobio de los largos días en los que no sucede nada.
Maten alguna cosa viva: sean responsables de la muerte. Viajen. Vean películas de Werner Herzog. Quieran ser Werner Herzog. Sepan que no lo serán nunca.
Pierdan algo que les importe. Ejercítense en el arte de perder. Sepan quién es Elizabeth Bishop.
Equivóquense. Sean tozudos. Créanse geniales. Después aprendan.
Tengan una enfermedad. Repónganse. Sobrevivan.
Quédense hasta el final en los velorios. Tomen una foto del muerto. Tengan memoria, conserven los objetos.
Resístanse al deseo de olvidar.
Cuando pregunten, cuando entrevisten, cuando escriban: prodíguense. Después, desaparezcan.
Acepten trabajos que estén seguros de no poder hacer, y háganlos bien. Escriban sobre lo que les interesa, escriban sobre lo que ignoran, escriban sobre lo que jamás escribirían. No se quejen.
Contemplen la música de las estrellas y de los carteles de neón.
Conozcan esta línea de Marosa di Giorgio, uruguaya: “Los jazmines eran grandes y brillantes como hechos con huevos y con lágrimas”.
Vivan en una ciudad enorme.
No se lastimen.
Tengan algo para decir.
Tengan algo para decir.
Tengan algo para decir.

jueves, 4 de julio de 2013

Pensando en el 4 de julio

Si coges un libro de historia
y lo aprietas con las manos,
verás salir por su costuras
regueros de sangre.

Ábrelo.

Leerás que los vencedores
siempre apelan
a Dios
a la ley
a la verdad
y a la patria,
pero ganaron porque tenían
más soldados,
más cañones,
más caballos
y generales que estudiaban mejor
las líneas rojas de los mapas.

Alberto Batania (Neorrabioso)