
Otros soñadores se le unieron y juntos empezaron a hacer realidades. De tres en tres, contagiaron a muchos. Unos, en un delirio sincero de su libertaria enfermedad, deshicieron grilletes. Otros, ocultos y rapaces, se confundieron tras mascaras para luego destrozar a golpes de ambición la recién nacida nación.
Y lloró. Desde dentro. Exiliado y repudiado. ¡Cruel primer aniversario! Declarado traidor, huérfano de su recién logrado sueño. Rodó la sangre de los delirantes, pecho en alto y ruedos amarrados, como un regalo oprobioso a la Patria.
Lejos siguió construyendo. Su sueño, que se convirtió en el de muchos, había sido mancillado, pero no destruido. Entregó hasta el último aliento de sus pasos, sin esperar más nada que ver aquella soñada Patria, hija de su azul promesa, plenamente herida de golondrinas y cantos.
Y en la tierra de otro hacedor de libertades, se agotaron sus pasos y se apagaron sus ojos. Olvidado, tristemente grande, nuestro soñador, nuestro Juan Pablo Duarte, extrañó la Patria, aquella parida por sus manos, y la de muchos otros, la digna Patria de sus sueños. La digna Patria de nuestras realidades.