jueves, 25 de noviembre de 2010

Un fuego y varias lecciones

Foto Martín Castro, Diario Libre.
Mi día laboral empezó con una zapatilla menos. Y no, no estaba en un baile haciendo de Cenicienta. Caminaba las tres cuadras que me separan desde donde me deja el carro de transporte privado (porque no es público) al edificio donde trabajo. Antes de alcanzar la primera esquina…¡zas! Uno de los tiros de mi bonita zapatilla de plataforma sale disparada. La tome en la mano y seguí caminando, cual Cuasimodo.

Llegué a la farmacia, que queda casi frente al edificio de la redacción, sudada y muerta de la risa. Compre un pegamento y arregle como pude el tiro. Ojalá que esto funcione durante toda la tarde, me dije.

Ya en la redacción hago la historia, con la misma risa que me provocó mi pequeña aventura (temo que seré una viejita contadora de cuentos y mis nietos vivirán encantados). Con la esperanza de que sería una tarde tranquila, empiezo a revisar mi correo electrónico y ¡zas! “Hay un incendio”, me avisa el editor. No, no sería una tarde tranquila.

Mientras salgo rauda y veloz, en compañía de un fotógrafo y un camarógrafo, los rumores circulan. El fuego es en un hospital, dicen. Estoy a kilómetros de lugar y puedo ver la columna de humo. “Supuesto fuego afecta hospital Ney Arias Lora”, escribo en mi estado de Facebook. Rumores son rumores. Apagó el móvil y me preparo para lo peor.

A pocos metros del hospital el tapón es enorme. Mis compañeros de labor se bajan del vehículo y corren al lugar del siniestro. Notó, al acercarme, que el humo no sale del hospital. Respiro por un momento. Es un almacén de medicamentos que está justo al lado y separado por pocos metros del centro de salud. Me bajó de la camioneta. Confió en que el pegamento que usé sea bueno, muy bueno.

Gente, mucha gente. Sorteo como puedo las mangueras, los charcos de agua y la confusión. Ya frente al edificio veo a algunos colegas. El caos es total. El almacén estaba en construcción. Veo obreros asustados. Uno llora y habla por su móvil. Algunos responden preguntas. “Fue una explosión”. “Eso se rego de una vez”. “Salimos corriendo”. Un haitiano, de los tantos que trabajaba en el edificio, es empujado por un policía luego de que habla con varios periodistas.

Ya han sacado dos heridos hacía el hospital. Los bomberos luchan no solo con el humo y posibles llamas que aún afecta el lugar, sino también con los cientos de curiosos que no les dejan trabajar. Sacan cargado en brazos la tercera persona, un hombre. La ambulancia se marcha. Sacan una cuarta persona, una mujer. No pueden subirla a la ambulancia. Los curiosos la han arropado. En medio del desorden, los socorristas ponen el cuerpo en el piso. Logran subirla minutos después. Un bombero, visiblemente enojado, toma una manguera y dispersa a los “mirones” a chorros de agua.

Aun sale humo del edificio de dos pisos. Identificó a una supervisora de la Oficina Supervisora de Obras del Estado. Le hago algunas preguntas. Me da el nombre de la ingeniera encargada de la obra, que fue la primera que sacaron de la edificación. Me dice que el almacén tiene once mil metros cuadrados y que sería inaugurado en diciembre. Detalla lo que vio en la mañana antes de irse y su cara muestra su desconcierto.

Las horas pasan. Empieza a oscurecer. Los bomberos se auxilian de pequeñas linternas. Revisan el edificio buscando víctimas. Yo y mis colegas caminamos de un lado a otro. Me entero que tres de los cuatro rescatados están muertos. Me auxilio de la luz del móvil del trabajo (esos que llaman flota) para anotar datos en mi libreta. Suena la flota. Es un periodista de la emisora la Z 101 y me hace mil preguntas. “Pero una fuente, muy fuente, de la Defensa Civil me dice que hay siete muertos. Búscalo”. Lo que faltaba y siempre hay, morbo y desinformación. Le respondo que no he visto los siete muertos y que su fuente, muy fuente, parece que no está en el lugar. Cuelgo.

Uno de los jefes del Cuerpo de Bomberos sale. Estaba hablando por un móvil y todos los camarógrafos, fotógrafos y periodistas nos acercamos a él. Necesitamos información. Nos ignora y camina. Salimos como procesión de desquiciados. Cruza al hospital y sigue hablando por su móvil. Algunos desisten. Cuando por fin se detiene y suelta el aparato de la mano nos mira como si fuéramos unos recién llegados. Da sus respuestas. Confirma lo que sabemos y no nos dice nada nuevo.

Una hora después se informa que van a sacar a los muertos. Seis, ocho, nueve. No sé sabe. Montamos guardia. Me duele la garganta. La zapatilla parece que saldrá victoriosa de esta odisea. Estoy cansada, muy cansada. Mientras un jefe de bomberos y el subdirector del Centro de Operaciones de Emergencia ofrecen datos a los periodistas, aparece un señor de saco y corbata. Me dicen que es un fiscal de Homicidios que quiere dar declaraciones. ¿Y qué puede decir un fiscal de Homicidios de un incendio que aparenta tener origen en un accidente laboral? Ganas de salir en cámaras.

Una señora a mi lado me pregunta si sé algo de las personas que buscan. Le digo que en el hospital hay tres y les doy los nombres. Reacciona compungida cuando mencionó el último. “Santa, es Santa. ¿Está en el hospital?”. Le digo que sí, pero omito el detalle de que Santa está muerta. Sale corriendo al hospital.

Por fin llegan los reflectores. Tardan un rato en encenderlos. Pocos minutos después empiezan a sacar los cuerpos. Son seis. Con los tres declarados como fallecidos en el hospital suman nueve. Nueve muertos y dos heridos es el saldo oficial a las 9 de la noche.

Salgo de la zona y camino a la camioneta. Me duelen las piernas. Dentro del vehículo me quito las zapatillas. El pegamento no falló. Pienso en el incendio y veo que muchas cosas siguen fallando.

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