lunes, 20 de octubre de 2008

El Peñón y sus aguas

He viajado al sur en pocas ocasiones. Hace dos semanas, por asuntos de trabajo para un reportaje, dirigí mis curiosos pasos hacía allá. Una de las cosas que más llamó mi atención durante el viaje fueron las mariposas. Cientos de ellas en el camino, sobrevolaban de un lado a otro. Empecé a notar su presencia kilómetros antes de llegar a Azua. Mariposas, pensé, un buen presagio.

Mi destino era Barahona. Llegue al municipio de Cabral cerca de las 10:00 de la mañana. Hable con doña Catalina un buen rato, quien amablemente dejo sus deberes en la casa curial para ofrecerme unos minutos de su tiempo. Catalina es catequista y tiene 17 años viviendo en el municipio vecino de El Peñón, lugar objetivo de mi reportaje.

Catalina me habla de sus preocupaciones. Cada vez que llueve El Peñón se inunda. La laguna Rincón, compartida por Cabral y El Peñón, es a la vez fuente de vida y de desgracia. A través de los años, y debido a la erosión, su fondo se ha sedimentado. Por eso su capacidad de almacenaje es menor y la cantidad de agua que recibe durante la temporada ciclónica sobrepasa su capacidad. El resultado: El Peñón se convierte en una pequeña Venecia.

Las causas son varias: según sus moradores un canal dañado desde la tormenta Noel y la presa de Sabana Yegua, cada vez que es desaguada, acrecientan el problema. A un mes y medio del huracán Ike, cuando el agua solo dejo sin agua la calle principal de El Peñón, aun un tramo que la vía que comunica esta localidad con Cabral está bajo agua.

“No queremos un metro de la capital a Santiago, sino una solución a esto”, dice Catalina. Habla sobre los cientos de conucos perdidos por las inundaciones y de la desesperanza de los agricultores.

Su esposo es el alcalde pedáneo de El Peñón. En muchas comunidades rurales el alcalde sigue siendo la autoridad más cercana. Henry Olivero es un hombre sencillo. Es agricultor, aunque después de perder su última cosecha por las inundaciones no quiero volver a sembrar. Sin embargo, se niega a abandonar a su pueblo aunque su actitud dista mucho de pensar en un mejor futuro para él y los suyos.

“En cuanto a nuestra región yo soy pesimista, porque hacen promesas y que van a arreglar y a hacer, pero yo hasta que no lo vea hecho no voy a sembrar más nada”.

Con su *mocha en mano me invita a ver lo que queda de los conucos. Algunas matas de plátanos sobrevivieron. Otros cultivos de yuca, batata y otros víveres corrieron con peor suerte. Veo la gente cruzar con las aguas hasta media pierna. No existe un Moisés entre el Cabral y El Peñón que les habrá un camino.

Doña Laura y la agricultura
Antes de llegar a El Peñón para entrevistar al alcalde estuve en la zona de la laguna. Ahí hable con doña Laura. Tenía la falda amarrada, lo hizo para poder cruzar el camino inundado. “Tengo 51 años”, me dijo tímida. Ella trabaja la tierra y trata de vivir de ella. Miraba el lago esperando una yola para buscar los víveres para la venta. Tiene un pequeño machete en la mano izquierda y esta descalza. Sonríe cuando habla. “La vida es dura”, me dice. Yo se lo creo.

Doña Laura no quiso hablar mucho. Me quede con ella a observar a los chicos y hombres pescar tilapias en la laguna. En camino por la carretera vi hombres venderlas. Me dice que de eso viven muchas de las familias de la zona.

Don Olivero, el alcalde, me explica lo que piensa sobre la agricultura: “Lo más lamentable de nosotros es que el campo se ha abandonado, la agricultura se ha abandonado. Si el gobierno de Leonel hubiese puesto énfasis en la agricultura no hubieran tantas migraciones a las ciudades y se descargara un poco con el asunto de los empleos”. Don Olivero tiene razón pero los hechos parecen matar toda lógica, en este y todos los gobiernos.

Agricultores sin posibilidades. ¿Qué otro camino queda? El alcalde me dice que el narcotráfico campea en la zona. Si, es el tema, no de moda sino de desconsuelo. Me cuenta de algunos episodios que ya se han convertido en relatos rurales: de avionetas que sobrevuelan a poca altura, de movimientos misteriosos, de vehículos desconocidos, noticias de paquetes extraños. Historias cada día más comunes.

El alcalde se despide de mí con afecto. “A la orden”. Se lo agradezco. Espero volver, aunque me marcho con la impotencia que suele acompañarme cuando veo de cerca ciertas realidades. El Sur. Ahí está el sur, está Cabral y El Peñón, Catalina y el alcalde. También está doña Laura. Los conucos inundados y, en algún lugar, la posible solución que no llega. De regreso veo mariposas, muchas mariposas. Hermosas y juguetonas mariposas. Ya no pienso en los buenos augurios.

*Fotos: Eduardo Encarnación

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Reportaje en Diario Libre: Cuando el agua se lleva la esperanza de vivir

2 comentarios:

Lucía T. (ChicaLobo) dijo...

hola!

en verdad me parece un tema muy interesante, pero jaj no lo entiendo muy bien

te pasas por me blog?
http://conexionvolatil.blogspot.com

saludos

Pedro Genaro dijo...

Argénida, tengo familia en Cabral y en los últimos años paso con regularidad por esa zona, y el cruce de Peñón es lo que más me gusta para llegar a Cabral (donde viven algunos familiares y amigos) porque es más cerca, porque tiene mejores paisajes y porque las fachadas de las casitas son preciosas. El tema de la agricultura en Cabral es sumamente interesante, pero la verdad es que no se puede contar mucho allí con la agricultura pues la laguna está casi al nivel de la carretera, y de hecho varias veces se desborda. Perdón por sonar tan pragmático como si no me importara el sentimiento de miles de personas de la zona, pero es un hecho sencillo que una vez se interioriza se puede pensar en una solución alterna. Sí sería interesante hacerlo en terrenos que no esten tan lejos y que no se inunden porque la verdad es que la economía de Cabral depende mucho de la pesca y la "compaña" o guarnición es algo que se necesita y se cae de la mata, literalmente hablando a menos que sean tubérculos. Hasta no hace mucho tiempo, en algunas comunidades primaba el cambalache: Tilapias por Rulos o Plátanos.

Por otro lado, sería interesante que hicieran un puente paralelo a la laguna en los sitios de inundaciones más críticas, o incluso un Elevado, para que cuando las aguas de la laguna suban, no se interrumpa el cruce de personas y vehículos.